domingo, 28 de agosto de 2016

Textos apócrifos

Y un día, un hombre primigenio y sensible, pasó la noche observando las estrellas, la inmensa profundidad del cosmos vivo. Imaginó, en su desconcierto, lo indecible, palpitando ideas, y se sintió huérfano. Fue entonces que comenzó a crear a Dios, tal como lo desconocemos. Luego, otros lo siguieron, sin saber que hubo uno antes, un principio, como algo natural y necesario. Las bestias duermen y él se siente seguro de que, por ésa noche, no lo atacarán. Porque tiene algo que lo protege aunque, todavía, no sabe bien qué es. También sabe que los depredadores no atacan de noche. Cerca o lejos, un volcán erupta a carcajadas sus entrañas de fuego líquido sobre la anatomía de las cuevas que esperaron predestinadas que espabilara. Aves desparramadas por el cielo dieron el alerta, y lo creyeron castigo por tanto atrevimiento y se entregaron como mansa ofrenda. La faz de la superficie arrugó, surgieron praderas, selvas y glaciares. Desiertos, montes y cascadas. Agua y fuego. Frutos y trigales, oro y jade, tribus y lenguas, amos y esclavos, y la semilla estaba germinando.


Planeta felino

Cuando los gatos dan inicio a su periplo nocturno por los techos, buscan alguna altura razonable o la que tengan a mano y observan a la luna por unos instantes. Luego, continúan con su rutina a cuatro pasos, sin sonido, por vez. Si no está la luna, salen igual. Las caras de la luna pueden hechizar a las mareas, enamorar, iluminar o permanecer secreta, ensombrecer de eclipse al mismísimo sol, pero jamás prevalecer en el instinto misterioso de un gato.

Fe de (posibles) ratas

El pueblo egipcio veneraba, con exasperante devoción, al sol, a la luna, al faraón, a la esposa del faraón y, por las dudas, al gato del faraón.


Universo
Poema de un solo verso, pero con desenlace infinito.


Epitafios:
En la lápida de un publicista: “Raspe para saber quién yace aquí”