miércoles, 30 de enero de 2013


Sucesos argentinos:


Un boleto.

Prendió un cigarrillo y apoyo su largo cuerpo contra la pared.
Miraba el suelo, salvo cuando exhalaba el humo de sus pulmones.
Tosía, pitaba, luego miraba, buscaba, espiaba el reloj de la estación cada dos pitadas.
Comenzó a balancearse apoyando el taco en la pared.
En una de esas, tomó impulso, comenzó a caminar hacia el parque y se perdió de vista.
Ella llegó con paso ligero.
Prendió un cigarrillo y apoyo su obeso cuerpo contra la pared.
Miraba el suelo, salvo cuando exhalaba el humo de sus pulmones.
Tosía, pitaba, luego miraba, buscaba, espiaba el reloj de la estación cada dos pitadas.
Comenzó a balancearse apoyando el tacón en la pared.
En una de esas, tomó impulso y comenzó a caminar con rumbo a la estación.
El tren se estaba yendo, frenó sus pasos, dejó caer el bolso y prendió otro cigarrillo.


Pasatiempo.

Vuelan simulando una formación. Dibujan el ocho de Moebius casi perfecto, y regresan al único árbol de la pradera.
Se oye un estampido y su eco, vuelven a volar, dos caen desplumadas y sin vida.
El tipo vuelve a cargar la escopeta.
Las golondrinas resisten en éste verano sangriento.



lunes, 21 de enero de 2013


Revolviendo el cajón.


Valle del Friuli, cosecha 1921

Para poder beber el mejor vino que mis labios hubieran besado jamás, tuve que estropearme la espalda, las manos, las rodillas, los pies, los ojos, la cabeza, los hombros y los brazos en aquella vendimia maldita. Lo mismo sufrieron mi mujer, mis hijos y las familias de los demás trabajadores.
Esa tarde, el patrón nos reunió en la cava, -Avanti Gigi, avanti tutti- invitó elevando los brazos al cielo de manera triunfal y arrogante.
La mesa, que estaba confeccionada con el mismo roble que los toneles, estaba repleta con exquisitos quesos que él mismo fabricaba y también con pan casero cuya fragancia padecíamos por las mañanas.
Fue un momento delicioso, sublime, una cosecha histórica. Eso sí, después nos cobro las botellas que bebimos.


Un día de esos.

Como todos los días a las ocho en punto, llegó a la oficina.
Del bolsillo derecho del sobretodo, sacó el manojo de llaves, somnoliento, demoró en elegir la correcta y luego de un torpe forcejeo con la cerradura, logro entrar.
Oyó que sus pasos rechinaban distantes en la desolación de la rutina. Sin saludar a nadie, como siempre, fue directo a la cocina.
Dejo el abrigo en el perchero, preparó café y lo bebió amargo, de un sorbo. Arrugó la cara y sacudió su cabeza por la sensación ácida en su boca, luego abrió la canilla, arrimo el vaso y tomó poca agua. Hizo un buche y escupió en la pileta.
Se dirigió a su escritorio, se sentó y encendió la computadora, también prendió un cigarrillo y nadie se quejó. Su rostro permaneció circunspecto ante la hoja de la agenda diaria que desde la pantalla le anunciaba, feliz domingo.