jueves, 25 de junio de 2015

Junio, mes de recuerdos y frío.


Despensa y crédito (1968)


Vivíamos en calle San Juan 4580 casi llegando a calle Pascual Rosas, en el barrio Echesortu. Por cierto, una casa enorme con cuatro habitaciones, zaguán y dos patios. En la esquina estaba el almacén de doña Pepa, que atendía junto a su hijo Manolo, porque el marido trabajaba en el puerto. Había llegado desde Andalucía hacía algunos años y aquí conformó su familia y su negocio. Pese a esta ventaja geográfica, mi abuela Virginia iba a otro almacén para la provista diaria, eso era a unas tres cuadras, por calle Servando Bayo. Cuando le preguntábamos para que caminar tanto, abuela se excusaba diciendo que Pepa no era una persona de fiar.


Viuda

Desde el momento en que la vio, comenzó a sentir murciélagos en el estómago. Resuelto, fue y le clavó los dientes en la yugular, en el mismo instante que amanecía.

Germen

Cuando nos propusimos poner a geminar éste amor incipiente, pactamos cultivarlo, regarlo, adorarlo, madurarlo y nos salió una planta carnívora.



Dictadura del propietariado.

Los nuevos y ultramodernos edificios inteligentes no permiten ser habitados por personas.

viernes, 19 de junio de 2015


El viaje

Transitamos por una ruta desierta de Enero, voy de acompañante por vacaciones en la escuela. El motor del camión ronca su velocidad crucero sufriendo la carga máxima. La radio hace gárgaras con el sonido y la música pierde su sentido, va y viene, a nadie le importa. El calor calza por los pies y la ventanilla abierta ventila mi cara y sacude el banderín de River. Afuera hay sol, a veces sosegado por las nubes que también viajan dibujadas en el suelo liso y llano, testigo de instantes. El paisaje resulta innecesario. Salvo antes de las curvas, no hay carteles que alerten sobre nada. La doble franja amarilla hipnotiza si las miras fijo, cada tanto se convierte en víboras. También hipnotiza el horizonte que se hace de agua por el efecto espejismo donde arde el asfalto y el más allá que vamos a buscar para dejar la carga, detrás de las montañas debiera estar esperándonos. El que conduce es mi viejo, treinta años arriba de los fierros. Él es de pocas palabras cuando, rara vez, las utiliza. Solo charlamos en los bares de las paradas, algo referido a la comida, al café o al horario esclavizante del viaje, eso es todo. Una vez me dijo que le gusta su profesión, que a pesar de estar lejos de los afectos, disfruta la soledad del camino. A veces noto que tiene sueño porque cruza el brazo en el volante, no me dice nada pero lo sé, se de la monotonía de conducir kilómetros y kilómetros y las cosas que se te cruzan por la cabeza y la atención a la ruta mezcla todo como un coctel imaginario. De noche las estrellas se multiplican y la doble línea amarilla obnubila si las miras fijamente, brillan por reflejo de la luz alta. La cúpula nocturna tiene vida propia, cada tanto escupe alguna estrella fugaz, entonces pido tres deseos. El primero es que mi viejo no se duerma, el segundo que se despierte antes de la curva y el tercero que algún piadoso le avise a mi vieja.