¿Cómo le gustaría morir?
No se
usted, pero yo quisiera morir como un héroe anónimo, arrancando las palabras al
dolor de dejarlo todo. Sin sufrimiento porque soy cobarde ante la tortura del
diagnóstico. De elegir, prefiero ser alcanzado por la bala amiga del enemigo,
en el campo de batalla del pavimento. Con decenas de turros a mí alrededor, de mirada
masturbatoria que gozan cómo me estoy vaciando de sangre roja y clasista.
Testigos hipócritas fingiendo estupefacción, alimentando el morbo público y
gratuito. Ellos miran de reojo, comentan sin pudicia, se van antes que llegue
la ambulancia, caminan dos cuadras y se olvidan. Esos están peor porque ya
están muertos.
Desprecio
el quirófano y la cama de hospital, aborrezco la indulgencia del cura y le hago
la señal de la cruz antes que él me la salpique, porque crucificado está él. Le
aclaro que renuncio a los milagros y le pido un cigarrillo.
Me dan
nauseas los matasanos que me dirán una cosa y otra a mis familiares, que al
instante te miran con ojos afligidos de despedida. Hablan con términos indescifrables,
te envuelven para aclarar después que te quedan, como mucho, 48 horas de vida
entre burocracia y papeleos en la mutual.
Prefiero
morir de una rebanada de rueda de locomotora antes que la larga penuria de un
depósito para ancianos, con visitas rápidas y culposas, atontado con pastillas
de todos los colores del arco iris del placebo. Aburrido de mirar la nada,
esperando el coágulo que no llega, que la máquina se detenga o que alma ocupa
desaloje el paquete.
Si
tuviera que elegir, prefiero el silencio de la madrugada, donde los pasos
resuenan inconfundibles, donde en sus horas caben más minutos que durante el
día. Quisiera morir solo, y que me descubran tieso, con los ojos abiertos,
apuntado a lo que fui.
Desprecio
cualquier otra forma de morir.
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