sábado, 28 de octubre de 2023

Ayer te ví, no vimos ayer

 

Ayer te vi, nos vimos ayer.


Quedo sola en la mesa. Su amiga había salido a bailar con un tipo alto.
Apoyó el pómulo en los nudillos del puño izquierdo entrecerrado, con la
cara ligeramente inclinada, me observaba. Me engaño a mí mismo si digo
que me miraba embelesada. Me veía, digamos, con cierto aire entre
curiosidad y misterio. Sin desmerecer, tampoco es como que miraba llover...
Aunque nunca sabré de qué estaba hecha esa manera de fijar la vista para
no soltarme ¿Qué sentiría? Nunca se lo preguntaré ni saldrá de ella
decirlo, ya no. La cuestión es que en algún recodo de la noche, nuestras
miradas se conocieron y se refugiaron una con la otra. Alguna chispa
brotó, quiero creer. Ningún arco voltaico, nada que quebrantara el cielo
nocturno o inquietara al gentío asistente. Un golpe de vista suficiente
como para estremecer los cimientos de mi soledad. Entonces… ahí estaba ella y acá estaba yo. Sola ella y solo yo, sin testigos oculares que dieran fe. Ese cachito de luz en el mágico universo del amor a primera vista, antes del corte de
energía eléctrica. Y fue, hasta la oscuridad absurda, la última vez que
nos vimos. Cuando regresó la luz, unos diez minutos después, ya no estaba.
Salí tras sus huellas en cada rincón del club Bell Ville, en cada mirada
de mujer, pero no la hallé, mientras los efectos de la bebida lloraban
fuego en mis entrañas, desistí de continuar su búsqueda, sabiendo que el
Chevallier me regresaría a Cañada de Gómez en una hora. Parece nada pero
esa es toda mi vida junto a ésta ilustre desconocida de quién ni
siquiera sé su nombre ni oí su voz, aunque jamás olvidaré su encendida
mirada sin rostro. Durante el viaje de regreso, logre sacar dos
conclusiones antes que me venciera el sueño: Lo positivo, fue que sólo
nos miramos. Lo negativo fue que sólo nos miramos. El resto, una novela
que intentó avanzar fugaz hacia la nada misma. Su mirada, aún la
conservo, como si fuera una carta de despedida.