sábado, 14 de diciembre de 2019


Relatos golpistas


Charcos después de la lluvia


Mire en el agua para ver quién soy y una gracia increíble se dibujo en el espejo del suelo a mis pies. Antes y ahora puedo imaginarme quién soy y quién seré. Jugando con gestos, caras tontas como si no fuera yo el simulador. Ella alivia mis temores sumándose al juego de nenes, y reímos y reímos a carcajadas y volvemos a reír después de un respiro. Ella sopla, hace trampas y volvemos a reír. Y se asoma al reflejo y en el reflejo veo la semilla del futuro mientras la vida dure. Hace once mil horas que estamos acá, y el sol acompaña, nos concede lo tibio y la luz. Empezamos a crecer y a creer y corremos pisando los charcos en las formas de la mañana.




Amor ambulatorio

                                 
Cuando se despojaron de toda apariencia, artilugios de seducción y ropa cara, tuvieron un mal sexo. Aburrido y sin besos. Hubo coincidencias en lo que quedó, la primitiva necesidad del otro, en ruinas.




Verano del 68
              
A mediados de Enero del 68, hubo en casa una invasión de ratas. Debió ser por las continuas lluvias de la semana anterior lo que provocó inundaciones. Papá contrató un experto a desinfectar la casa y nada. El hombre no sabía cómo disculparse pero se quedo con los billetes. Se le ocurrió a abuela, mujer de fe, convocar al cura a “limpiarla” con agua bendita y alguna oración para el caso. Vino temprano, roció cada rincón, murmuraba palabras por lo bajo, se santiguaba y nada. Pedimos un gato a doña Amparo que tenía una colección. El gato se la pasaba durmiendo a la sombra o comiendo su ración generosa de bofe. Se puso mañoso y engordó pero no logro resultados en dos semanas. Ya nos estábamos acostumbrando a convivir con la plaga y con el gato, hasta que una tarde llegó de visita repentina, tío Benavente. Peinado a la gomina, traje cruzado obscuro, corbata de seda haciendo juego con el pañuelo que espiaba desde el bolsillo alto y zapatos italianos. Su estampa era impecable y su perfume, abrumador. Lo invitaron al patio, con la preocupación de que se apareciera algún bicho invasor. Mamá lo convidó con mates amargos y bizcochos de grasa, agradeció y dijo que estaba a dieta, aunque pidió permiso para fumarse un puro, el cuál le fue concedido. Contaba anécdotas de su trabajo, con lenguaje árido y voz de ultratumba. Afirmaba que era abogado especializado en cobranzas de deudas impagables para el Ejército. En esa época, la familia sabía de qué se trataba su trabajo pero fingían ignorar. Dejó su tarjeta de presentación y al retirarse, más o menos a la hora y media o dos, no quedaba ni una sola rata. Tampoco volvimos a ver al gato ni a tío Benavente.









4 comentarios:

  1. Eduardo, el relato del verano del 68 es impresionante. Y el tío Benavente un personaje siniestro tras su apariencia elegante.

    "Amor ambulatorio" es triste, casi desgarrador. Menos mal que nos quedan los charcos para reconectar con la ilusión (hice una segunda lectura a la inversa para quedar con ese sabor de boca).

    Echo de menos leerte más a menudo

    Un beso grande

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    Respuestas
    1. Tengo que dedicarle más tiempo al blog. Gracias por la generosidad de siempre Alis.

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  2. A Li le gustaron tus relatos.

    Feliz Año 2020.

    Saludos cordiales.

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