Relatos golpistas
Charcos
después de la lluvia
Mire en el agua para ver quién soy y una gracia
increíble se dibujo en el espejo del suelo a mis pies. Antes y ahora puedo
imaginarme quién soy y quién seré. Jugando con gestos, caras tontas como si no
fuera yo el simulador. Ella alivia mis temores sumándose al juego de nenes, y
reímos y reímos a carcajadas y volvemos a reír después de un respiro. Ella
sopla, hace trampas y volvemos a reír. Y se asoma al reflejo y en el reflejo
veo la semilla del futuro mientras la vida dure. Hace once mil horas que
estamos acá, y el sol acompaña, nos concede lo tibio y la luz. Empezamos a
crecer y a creer y corremos pisando los charcos en las formas de la mañana.
Amor ambulatorio
Cuando se despojaron de toda apariencia, artilugios de
seducción y ropa cara, tuvieron un mal sexo. Aburrido y sin besos. Hubo
coincidencias en lo que quedó, la primitiva necesidad del otro, en ruinas.
Verano
del 68
A mediados de Enero del 68,
hubo en casa una invasión de ratas. Debió ser por las continuas lluvias de la
semana anterior lo que provocó inundaciones. Papá contrató un experto a
desinfectar la casa y nada. El hombre no sabía cómo disculparse pero se quedo
con los billetes. Se le ocurrió a abuela, mujer de fe, convocar al cura a “limpiarla”
con agua bendita y alguna oración para el caso. Vino temprano, roció cada
rincón, murmuraba palabras por lo bajo, se santiguaba y nada. Pedimos un gato a
doña Amparo que tenía una colección. El gato se la pasaba durmiendo a la sombra
o comiendo su ración generosa de bofe. Se puso mañoso y engordó pero no logro
resultados en dos semanas. Ya nos estábamos acostumbrando a convivir con la
plaga y con el gato, hasta que una tarde llegó de visita repentina, tío
Benavente. Peinado a la gomina, traje cruzado obscuro, corbata de seda haciendo
juego con el pañuelo que espiaba desde el
bolsillo alto y zapatos italianos. Su estampa era impecable y su perfume,
abrumador. Lo invitaron al patio, con la preocupación de que se apareciera
algún bicho invasor. Mamá lo convidó con mates amargos y bizcochos de grasa,
agradeció y dijo que estaba a dieta, aunque pidió permiso para fumarse un puro,
el cuál le fue concedido. Contaba anécdotas de su trabajo, con lenguaje árido y
voz de ultratumba. Afirmaba que era abogado especializado en cobranzas de
deudas impagables para el Ejército. En esa época, la familia sabía de qué se
trataba su trabajo pero fingían ignorar. Dejó su tarjeta de presentación y al
retirarse, más o menos a la hora y media o dos,
no quedaba ni una sola rata. Tampoco volvimos a ver al gato ni a tío Benavente.
Eduardo, el relato del verano del 68 es impresionante. Y el tío Benavente un personaje siniestro tras su apariencia elegante.
ResponderEliminar"Amor ambulatorio" es triste, casi desgarrador. Menos mal que nos quedan los charcos para reconectar con la ilusión (hice una segunda lectura a la inversa para quedar con ese sabor de boca).
Echo de menos leerte más a menudo
Un beso grande
Tengo que dedicarle más tiempo al blog. Gracias por la generosidad de siempre Alis.
EliminarA Li le gustaron tus relatos.
ResponderEliminarFeliz Año 2020.
Saludos cordiales.
Muchas gracias y dele mis saludos a Li. Feliz año nuevo.
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